La música tiene un poder ilimitado para influir en la familia y motivarla a ser más devota y espiritual. Como Santos de los Últimos Días debemos llenar nuestra casa de música que nos inspire.
Nuestro himnario se presta para cantar en casa así como en la capilla; por eso esperamos que tenga un lugar prominente en nuestros hogares junto con las Escrituras y otros libros religiosos. Con el canto de los himnos podemos atraer al hogar un hermoso espíritu de paz que inspire amor y unidad en la familia.
Enseñemos a nuestros hijos a familiarizarse con los himnos: cantémoslos los domingos, en la noche de hogar, al estudiar las Escrituras, antes o después de orar; cantémoslos mientras trabajemos y en cualquier momento en que estemos juntos; hagamos de ellos canciones de cuna para enseñar a nuestros pequeños a tener fe y testimonio.
Además de beneficiarnos como miembros de la Iglesia y como integrantes de nuestra familia, los himnos pueden beneficiarnos en forma individual porque nos dan ánimo, valor y el empuje para que actuemos correctamente; nos llenan el alma de pensamientos celestiales y nos dan paz espiritual.
Los himnos también nos ayudan a resistir las tentaciones de Satanás. Les sugerimos que memoricen los himnos que más les gusten y que estudien las referencias de las Escrituras que los acompañan. Si alguna vez tienen pensamientos impuros, canten mentalmente uno de esos himnos para desplazar lo malo y reemplazarlo con lo bueno. Hermanos y hermanas, valgámonos de nuestros himnos para invitar al Espíritu del Señor para que esté presente en nuestras congregaciones, en nuestro hogar y en nuestra propia vida. Aprendámoslos de memoria, reflexionemos en lo que dicen, recitemos o cantemos la letra y permitamos que nos nutran espiritualmente. Recordemos que la canción de los justos es una oración para nuestro Padre Celestial, y “será contestada con una bendición sobre [nuestra] cabeza”.
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